"... y hallar gracia para el oportuno socorro".
En estos días recordaba una vez
cuando estaba chiquita, quizás unos 9 años, que fui a la playa con un grupo
familiar y, pues, algunas niñas que se creían nadar como delfines decidieron
enseñarme a nadar y me metieron a lo profundo del mar para darme unas lecciones
y, ¿qué creen que pasó?, cuando ya nadie tocaba la tierra con sus pies, estas
se asustaron y trataron de irse y dejarme sola, pero yo no sabía nadar y estaba
aterrada y comencé a luchar agarrándome de aquellas niñas que me abandonaban en
lo profundo del mar y solo cuando podía salir a la superficie, gritaba:
¡Socorroooooo! ¡Socorroooo! ¡Socoroooooo!...
La verdad, esto es terrible y
desesperante; así que minutos después de estar luchando para sobrevivir, llegó
en el momento oportuno un muchacho muy valiente que atendió mi llamado
desesperado de auxilio y me agarró y me sacó a la orilla, salvándome de morir
ahogada. Estaba tan agotada, con la panza llena de agua, llorando, confundida;
me había sentido muy cerca de la muerte y tenía mucho miedo. Este evento por
muchos años marcó mi vida. Hebreos 4:16: "Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro".
Querida amiga, cuántas veces en
el andar de la vida nos metemos, o nos meten, en diversas situaciones que nos
arrastran a circunstancias terribles y nos pueden causar mucho dolor,
desespero, miedo, confusión, incertidumbre, depresión, estrés, ansiedad, etc.
Sentimos que nos estamos ahogando con tantos problemas, y que incluso estos nos
pueden poner al borde de la muerte y no sabemos qué hacer, ni con quién hablar,
no encontramos una salida y lo único que queremos es gritar: ¡Socorroooooooo!
Dios dice que él es nuestro
oportuno socorro en medio de las tribulaciones; si nosotras no hablamos, o no
nos acercamos confiadamente a Dios creyendo que solo él nos puede ayudar y
pegamos especie de un grito interno o externo, no viene esa mano consoladora de
misericordia y ayuda de Dios.
Cuando yo grité en esa playa,
vino un joven y me salvó de ahogarme en las profundas aguas; me escuchó porque
yo abrí mi boca e hice un llamado desesperado para que me vinieran a ayudar.
Así mismo, en una temporada en
que me sentía perdida en la vida, vacía, desesperada, enferma, deprimida,
desdichada, con muchos miedos y llena de mentiras y frustración, llegó el
momento en que mi alma pegó un grito desesperado a Dios en donde abrí mi boca y
le decía: —¡Ayúdame, Señor, te necesito, ya no puedo más, socórreme, ¡ayúdame!
En ese momento me acerqué al trono de la gracia de Dios y fue así como llegó en
el momento oportuno mi valiente Salvador y ahora mi Señor ¡Jesucristo! para
salvarme. Él me rescató de la profundidad de las tinieblas para llevarme a una
orilla segura, iluminada, para que pudiera respirar tranquila, mientras él me
consolaba; me fortalecía, me sanaba, colocándome a salvo en lugares seguros de
delicados pastos, para que en sus manos pudiera descansar y obtener su paz.
Tenemos que aprender y decidir
buscar su ayuda, porque estamos acostumbradas a buscar a Dios ya cuando no nos
queda más alternativa humana; cuando es precisamente a Dios, nuestro creador,
quien todo lo sabe, todo lo puede y todo lo ve; quien puede ayudarnos en todas
las áreas de nuestra vida haciéndonos saber que para él no hay nada imposible y
que él, por medio de su Hijo amado Jesucristo, vino a sacarnos de la oscuridad
espiritual, para llenarnos de su amor, para darnos su perdón, libertarnos,
darnos vida en abundancia, socorrernos y darnos paz.
Solo él puede llenar todos
nuestros vacíos que ni el oro, ni la plata, ni lo material, ni los humanos
pueden llenar. Con su preciosa presencia es suficiente; Jesucristo lo abarca y
satisface todo. Hay un lugar en nuestro corazón especial para él.
Mujer, que el Señor Jesucristo
sea siempre tu socorro, la primera y única opción de llamado, primeramente,
para salvación de tu alma y para vida eterna. Yo sé que tú hoy reconoces que
solo Jesús puede obrar en ti y en todas tus situaciones, dándote una nueva vida
conforme a la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta. No nos
merecemos nada de Dios, pero su amor, su gracia y su misericordia son
infinitas.



















